François Latraverse: entre la semiótica de CH. S. Peirce y la filosofía de L. Wittgenstein

Por: Julián Fernando Trujillo Amaya
Universidad del Valle, Departamento de Filosofía, Cali - Colombia
E-mail: juliantrujilloa@yahoo.com

Recibido: mayo 15 de 2013
Aprobado: julio 3 de 2013


François Latraverse

Profesor Asociado del Departamento de Filosofía de l'Université du Québec à Montréal (UQAM). PhD. en Filosofía de la Sorbona (Paris I) y DEA en Linguística (Aix-en-Provence). Sus temas de interés son, entre otros, la Filosofía del Lenguaje, la Semiótica Filosófica, Historia de las Teorías del Signo, Pragmatismo, Wittgenstein y Peirce. En el año 1996 constituyó el Grupo de Investigación Peirce-Wittgenstein. Hace parte y dirige el Projet d'édition Peirce (UQAM), responsable de la producción del volumen 7 de los Writings of Charles S. Peirce : A Chronological Edition (Indiana University Press), consagrado a los textos que C. S. Peirce elaboró para el Century Dictionary & Cyclopedia. Es autor de varias traducciones como: Fondements de la théorie des signes de Charles Morris (RS-SI), el Tractatus logico-philosophicus de L. Wittgenstein y Correspondance, rencontres, souvenirs de L. Wittgenstein et P. Engelmann (2010). Algunos de sus trabajos publicados son: La pragmatique: histoire et critique, Bruxelles, 1987; Peirce, Wittgenstein et le pragmatisme. Paris: L'Harmattan; «Signe, proposition, situation : éléments pour une lecture du Tractatus logico-philosophicus». Revue internationale de philosophie, vol. 56, no. 219, p. 125-140; (2000) «L'institution du signe: remarques sur la sémiotique de Port-Royal». RS/SI, vol. 20, no. 1-3; (1998) «Locke et le retournement sémantique», Sémiotiques, no. 14, p. 19-30.

Podríamos iniciar nuestra entrevista dialogando sobre su formación filosófica, sus intereses de investigación y su trayectoria académica. ¿Le gustaría a Usted ofrecernos una breve descripción de su biografía intelectual?

Tengo poca propensión hacia el autorretrato y, de modo general, soy poco proclive a la recapitulación de una cosa tan fugaz y polimorfa como una vida, y por eso me toma por sorpresa su pregunta, pero trataré de responder lo mejor posible. Recibí mi primera formación intelectual en un Colegio de Jesuitas en Montreal, el Collè ge Saint-Ignace. En esa época, lo que llamábamos el "curso clásico" representaba la mejor formación en Quebec, casi enteramente dedicada al estudio de las Humanidades (Latín, Griego, Historia, Filosofía, Literatura, etc.). Esta formación duraba ocho años, empezábamos niños y, al salir, estábamos en la alborada de la edad adulta. Después de cinco años, teníamos que elegir una orientación particular y primero opté por la literatura (el programa presentaba una extensa paleta de autores clásicos aunque también escritores como Joyce, Faulkner, Kafka, Dostoievski, y muchos otros), pues la filosofía en dicho caso, cubría todo el espectro histórico hasta las corrientes más recientes, lo que no se daba por hecho en el Quebec de aquella época, el cual estaba en un momento crucial de su historia, y estoy muy agradecido con mis profesores por haberme iniciado tanto a Husserl como a Russell. Teniendo en cuenta que había obtenido el permiso de hacer los dos últimos años del programa de estudios en un solo año (aumentando el número de materias a cursar), tenía en mi horario nueve materias diferentes de filosofía cada semana, por un total de 27 horas. Después de la obtención de mi diploma, hice una solicitud de admisión en filosofía en la Universidad de Quebec en Montreal (UQAM), una institución recientemente creada en la cual iba a pasar la mayor parte de mi vida, algo que no podía sospechar en esa época. Tan pronto como terminé mi escolaridad del primer ciclo (pregrado), emprendí estudios de segundo ciclo en filosofía (posgrado) y, paralelamente, de primer ciclo (pregrado) en lingüística. Por razones que probablemente se remontan a mi infancia y otras que se desarrollaron poco a poco con mis lecturas más tardías, mi interés por las cuestiones ligadas al lenguaje era muy grande y había llegado a no limitar mi enfoque a la sola filosofía, por lo enriquecedor que esto resultaba. Por el lado lingüístico, era la gran época de la gramática generativa y consagré mucho tiempo a la sintaxis, la fonología, la semántica, pero también a la lingüística histórica, la sociolingüística, etc. Posteriormente realicé una maestría de lingüística teórica (mi tesis abordaba la cuantificación en francés), pero mi interés por la filosofía del lenguaje aún permanecía muy profundo, particularmente por la tradición analítica y, sobre todo, Wittgenstein nunca me abandonó. él ha sido, finalmente, el pensador que más he trabajado, puesto que muchas de mis publicaciones tratan de él. La mayor parte de mi enseñanza en la UQAM así como la dirección de tesis y monografías tiene que ver con Wittgenstein, y recientemente también he traducido una obra austríaca hecha con la correspondencia de Wittgenstein durante la Primera Guerra Mundial, con los recuerdos de los allegados y de algunos ensayos correspondientes a este período. Créame, la verdad que traducir no es simplemente trasplantar o transponer un idioma en otro, traducir supone además comprender y dar cuenta de un ambiente, de una gradación o matiz, de un conjunto de alusiones o insinuaciones. Además realicé una nueva versión francesa del Tractatus, que por razones de derecho de autor, no puedo ser publicada. Pero para volver al principio de los años 70, en su conjunto bastante dividido entre lingüística y filosofía, inclusive cuando estas dos disciplinas se encontraban más cercanas como nunca antes y como jamás lo volvieron a estar después. Me inscribí a su vez en el doctorado de lingüística en Aix-en-Provence (sección de Lingüística francesa) y en el doctorado en filosofía de La Sorbonne (sección Historia de los sistemas filosóficos). Esencialmente por razones personales, pero también con arreglo a oportunidades profesionales, la filosofía finalmente prevaleció. Además tengo un doctorado sólo en este campo.

Entre sus intereses filosóficos la investigación sobre el lenguaje tiene un papel preponderante. Ya desde 1974 en su "Théorie stratificationnelle et sémiologie" le vemos realizando una revisión crítica de las teorías semiológicas y los métodos estructurales. Esta preocupación por el lenguaje y el significado es notoria también en sus traducciones de textos de filósofos del lenguaje como John Searle ("Le sens littéral") o el clásico trabajo de Charles Morris Fondements de la théorie des signes, ¿Podría hablarnos un poco de estos trabajos en la década de los 70's?

Nací a principios de los años 50's y el período que usted evoca es la de la loca juventud, aquella donde la energía es la última cosa que a uno le preocupa y cuando todo le interesa. Hay que añadir que esta época se caracterizaba por el descubrimiento de nuevos territorios, la aparición de ideas y de enfoques inéditos y, de manera general, una efervescencia considerable. La semiología era todavía en gran parte naciente (debo decir que apenas dejó de serlo) y, en el contexto que a mí me correspondió, subí en dicho tren con entusiasmo. En 1973, me pidieron una contribución dedicada a un número de la revista «Langages", la cual era en el momento el nec plus ultra en el terreno de la semiología, y escogí aplicar una teoría lingüística relativamente marginal (la de Lamb y Lockwood), sobre un corpus radicalmente diferente para el cual había sido concebida. Salvo por unas cuantas producciones literarias, era mi primera publicación. Puesto que su pregunta se refiere a los años 70's, puedo añadir que publiqué en aquella época cosas diferentes, como un artículo sobre la fonología de Jakobson, la lingüística de Gustave Guillaume o la delimitación de la pragmática (luego de un importante coloquio que se llevó a cabo en Urbino). También traduje numerosos textos, entre los cuales se encuentran las obras principales de Charles Morris (Fundamentos de la Teoría de los Signos -publicadas hace algunos años en RS-SI-, Investigaciones Semióticas, y el imponente Signos, Lenguaje y Comportamiento, todavía inédito). En el transcurso de los años 70's, debía además terminar mi tesis. Al mismo tiempo, tenía unas obligaciones bastante pesadas de enseñanza (comencé a enseñar en la universidad y, durante algunos años, en un Collè ge, a principios de los años 70's) y, muy rápidamente, tenía que dirigir monografías y tesis. Loca juventud, como le decía.

Sus investigaciones sobre la Filosofía del Lenguaje, la Lingüística y la Semiología le han permitido una comprensión de la Pragmática en general y la Pragmática Lingüística en particular. La madurez de su reflexión en estos temas es evidente en su producción intelectual de finales de la década de los 80's. Pienso sobre todo en su artículo de 1988 "Les actes de discours. Essais de philosophie du langage et de l'esprit sur la signification des énonciations" donde usted está discutiendo los usos del lenguaje y la teoría de los actos de habla, sobre todo la clasificación de los actos ilocucionarios y la definición de fuerza ilocutiva, a partir de la perspectiva de Austin, Searle y Wittgenstein. ¿Podría usted retomar brevemente esta discusión y su punto de vista al respecto?

El texto al cual usted hace referencia es un estudio crítico de una obra publicada por uno de mis colegas de la Universidad de Quebec en Trois Riviè res. Lo que se resalta sobre todo en este trabajo, es la ambición de la teoría de los actos de habla, al censar hasta el agotamiento el conjunto de todas las fuerzas ilocutorias (o ilocutivas) de una lengua determinada, sea el español o el francés. Creo que no existe nada parecido, porque estas fuerzas ilocutorias son el hecho mismo de los enunciados tales como sus autores y sus lectores les comprenden en las circunstancias cuando ocurren, y que al idioma mismo no se le puede imputar directamente las operaciones que se efectúan gracias a él. De paso diré que, no tenemos que esperar hasta el Siglo XX para que nos interese este tipo de cosas. En los fragmentos que nos llegaron, vemos que ya los estoicos prestaban una fina atención a los diferentes grados de la cuestión o en la fuerza variable de una demanda. Aunque nuestra época dispone de instrumentos más poderosos que las que nos precedieron, no creo que hemos de sobreestimar nuestra seguridad y nuestros medios. Pensemos en lo que escribe Wittgenstein en el párrafo 23 de las Investigaciones Filosóficas, cuando dice que existe un número indefinido (unzählige) de acciones que el lenguaje permite y de formas que puede tomar. Escuché en la época de esta reseña a un filósofo muy conocido que refutaba esta idea de Wittgenstein, afirmando que sobre este proceso fundamentalmente existen sólo dos formas, la creencia y el deseo, y que todo el resto no es más que una inútil complicación. ¡Me doy cuenta, respondiéndole, hasta qué punto era sincero y serio! Treinta años más tarde, estoy íntimamente convencido que no se logra nada en filosofía (y en la vida en general) si no se presta atención a la sutileza de lo que pasa cuando uno habla. La idea que es muy difícil de "rotular" o de "regimentar" en lo que se llama "el lenguaje ordinario" es tan antigua como la filosofía analítica misma, y es por eso que generaciones de filósofos buscaron la salvación en la elaboración de lenguajes formales o en la imposición de modelos formales para las lenguas llamadas naturales. Hay ciertamente pequeñas porciones de estas lenguas que se prestan a eso pero, de manera general, conviene ser prudente en este tipo de tratamiento, porque se corre el riesgo de perder allí precisamente lo que se quería coger.

La perspectiva pragmática en la Filosofía del Lenguaje se consolida con la concepción del significado como uso del lenguaje y la teoría de los actos de habla. Sin embargo, la pragmática ha recibido muchas críticas y nos presenta nuevos problemas. En su artículo de 1989 "Remarques sur quelques apories de la pragmatique" Usted retoma la exploración sobre las posibilidades y limitaciones de la pragmática, ¿Cuáles son las aporías que la pragmática nos plantea?

Teniendo en cuenta que todo lo que se aloja, en filosofía y en su periferia, en este rótulo, hay más de una opción. Para las necesidades de nuestra discusión, retendré dos, que están ligadas de manera estrecha. La primera está relacionada con la concepción del sentido. El objeto tradicional de las teorías semánticas es el sentido literal -el cual ya no es una noción totalmente evidente, porque nos faltan criterios que permitan la identificación- y es cierto que tal concepto, si es que incluso existe de otro modo que en nuestras teorías, no permite comprender lo que la gente verdaderamente dice y es incapaz de dar cuenta de nuestras transacciones lingüísticas reales, porque deja al margen todo lo que es del registro de la insinuación, del supuesto, de la ironía, de la connotación discursiva y hasta, en numerosos casos, de la presuposición, en ultimas, deja de lado todo este teclado al que jugamos con un virtuosismo muy fino para producir lo que nosotros llamamos "efectos de sentido", que son de una sutileza notable. Pero no es por la insuficiencia notoria de esta idea de sentido literal que hasta ahora nos encontramos incapaces de elaborar una teoría del sentido que sea lo bastante sólida y general para tratar estos fenómenos. El precio a pagar, a falta de una teoría de este tipo, es que estamos condenados a una sucesión indefinida de análisis (incluso comentarios) eclécticos de fragmentos y de aspectos que expresan el límite de lo teórico en materia de filosofía del lenguaje. La segunda aporía tiene relación con la noción de contexto, que se presenta como una evidencia si se quiere rectificar un poco las distorsiones que impone el sentido literal a nuestras operaciones semánticas digamos "concretas". Esta noción se impuso hace mucho, bajo horizontes distintos, y queda claro que ninguna teoría verosímil del sentido puede hacer totalmente la economía, pero esta evidencia universalmente admitida no significa que, hasta el momento, sepamos en qué consiste exactamente el contexto. Esta es la paradoja fundamental del contexto, típica de las aporías: nada es comprensible e interpretable fuera del contexto sino que la noción de contexto debe ser especificada a medida que comprendemos e interpretamos. Pensemos un instante en todo lo que rodea el intercambio que estamos manteniendo y todo lo que puede condicionarlo: ¿qué vamos a incluir en este contexto? ¿Nuestras relaciones diferentes pero compatibles con Colombia, lo que comprendemos cuándo decimos "Colombia", nuestro conocimiento mutuo del género que constituye la entrevista, nuestro control de los criterios de pertinencia al capítulo de las respuestas, el estado de la filosofía, las implicaciones eventuales de tal o tal distinción, afirmación, alegación? Todo esto puede desempeñar un rol, incluido el tratamiento que le darán los lectores, pero ¡quién va a especificar todo esto! (no hablo de una especificación a priori). Es a este tipo de dificultades que debe hacer frente una pragmática liberalmente concebida como estudio del lenguaje en su contexto de utilización, lo que evidentemente no prohíbe, como lo sugerí, tantos estudios locales y parciales como quisiéramos realizar. No, en principio, lo que la pragmática puede ofrecer es una perspectiva general sobre el lenguaje, una manera de considerar lo que es y lo que hace. Personalmente, pienso que la justa mirada debe venir de los trabajos de Peirce y de Wittgenstein, porque son los pensamientos más poderosos y más plásticos. Sin embargo se trata, como lo escribió mi maestro Jacques Bouveresse, de dos autores a los que hay que leer totalmente y paso a paso. Los resúmenes lapidarios que se ven demasiado (del género " icono, índice, símbolo " o "el significado, es el uso") hacen más daño que bien, creando la ilusión que algo ha sido comprendido.

En su libro La Pragmatique: Histoire et Critique de 1987 Usted cita a William James y hace una reflexión a partir de la semiótica de Charles Morris, pero su libro incluye también un capítulo sobre Carnap y Reichenbach, así como reflexiones sobre Kaplan, Montague y Lewis, ¿Cómo logra usted articular tan diversas formas del pragmatismo en una mirada histórica y crítica?

El fin de este ensayo era desarrollar una reflexión sobre la tripartición clásica hecha a inicio de los años 1930 y 1940 por Carnap y Morris, entre los principales componentes semióticos que son la sintaxis, la semántica y la pragmática. Ellos fueron quienes plantearon más tarde, sobre todo durante los años 1970 y 1980, la cuestión de sus relaciones (en particular las relaciones entre la semántica y la pragmática). Es más cuestión de un trabajo histórico en el cual examiné algunas de las coordenadas principales del desarrollo de la pragmática, en particular las que pueden ahora parecer "antiguas", dejando deliberadamente de lado sus aspectos más recientes, como el estudio de los actos de habla, la teoría del análisis del discurso o la estética. La idea general constante e ilustrada por las teorías examinadas es que la pragmática no trata y no sabría tratar "objetos" particulares, que ella tiene que ver principalmente con una perspectiva, importante pero indeterminada, sobre los fenómenos lingüísticos y que está enfrentada a una masa en movimiento y, para decirlo rápidamente, teóricamente difícil de controlar, compuesta de elementos infinitamente parciales y variables. Debo admitir que en una amplia medida he redactado estas páginas en reacción al optimismo conquistador y, hay que decirlo, frecuentemente ingenuo, de ciertos enfoques según los cuales es sólo una cuestión de tiempo y de agudeza analítica antes de que se pueda establecer estados completos del lenguaje. Una de las nociones importantes para mi examen es justamente la de contexto, de la que considero que es a priori intransmisible, como lo muestra la sucesión de los trabajos de Lewis, Kaplan o Montague, la cual vio multiplicarse el número de los "indicios" convocados para dar cuenta del funcionamiento de las expresiones indexicales. Esta idea de índice, en el origen de la cual se encuentra, en este caso como en muchos otros, el nombre de Charles S. Peirce, es una bella ilustración de la solidaridad que une enunciación y contexto: no sólo, como Peirce la vio desde el principio y casi todo el mundo después de él, no podemos comprender una expresión indexical fuera de su contexto de aparición, sino que además, como Peirce lo vio desde el principio y, allí, tomamos más tiempo para ver cuanta razón tenía él, no se puede elaborar de antemano, es decir antes de que los signos actuales se presenten, la lista de los elementos que había que tener en cuenta. A causa de los ejemplos que vuelven sin cesar en sus textos, Peirce posiblemente no carece totalmente de responsabilidad, si se lo lee rápidamente y sin reflexionar demasiado, pero dijo y repitió que nada singular es identificable sin la acción de un índice. Sin embargo, procuramos más y más limitar la indexicalidad a pronombres o a ciertos adverbios, en pocas palabras, a "clases" de expresiones, pero es evidente, por poco que se preste alguna atención a los "detalles", que unas palabras como 'nacional', 'enemigo', 'cómplice', 'otro', 'nuevo' y muchas otras pertenecen, tal como las utilizamos, a este orden, sin hablar todavía del hecho de que unas palabras, no indexicables en sí mismas, pueden llegar a ser usadas indexicalmente. Pensemos solamente en la diferencia entre (1) " El agua hierve a 100 grados " y (2) " El agua hierve". En el primer caso, tenemos la verdad eterna, en el segundo, se trata de una observación local, en la cual la indexicalidad es indudable, no siendo sostenida por una expresión particular.

Su libro sobre la pragmática pone en evidencia una perspectiva histórica y hermenéutica sobre la Filosofía Analítica y el Pragmatismo, ¿Cuál es su punto de vista sobre la complementariedad o incompatibilidad entre la filosofía continental y la filosofía analítica? ¿Es una interpretación histórica la que se ofrece en su libro "Vienne au tounant du siè cle"?

Responderé comenzando por el final. "Viena a finales de siglo" es un conjunto de ensayos escritos por algunos de los expertos más notorios del pensamiento austro-húngaro de los años 1880-1930, publicado en respuesta a un coloquio que organicé en Montreal en 1985. Mi interés personal por este período, que vio desarrollarse el más formidable laboratorio de innovación intelectual de la historia, se lo debo en su mayor parte a Wittgenstein, pero también a escritores hacia quienes siento una gran admiración: Musil, Hofmannsthal, Zweig, Schnitzler... Había publicado en 1976 uno de los primeros estudios acerca de este tema, que se volvió luego "más o menos de moda" (recuerdo de nuevo un escaparate de librería en Aix-en-Provence dónde, en respuesta a la publicación del número de la revista donde este artículo había aparecido, treinta obras relevantes eran ofrecidas). El coloquio alcanzó un gran éxito. A mi parecer, esta cultura no presenta casi ningún interés para la filosofía analítica y sólo la figura de Wittgenstein, con las dimensiones múltiples y, a menudo, improbables que tomó en el curso de las últimas décadas, constituye la razón de que ciertos filósofos anglosajones (McGuinness, por ejemplo) y algunos otros (como mis colegas Marion y Voizard en la UQAM) la tomen en consideración. Para llegar a las relaciones entre la filosofía analítica y la filosofía llamada continental, me parece que, en general, apenas si se entienden mutuamente. Basta con pensar en las declaraciones de Derrida sobre Searle o las de Habermas o Deleuze sobre Wittgenstein para convencernos del mutismo, por una parte, o de la caricatura de los filósofos analíticos sobre la filosofía continental, por la otra. Se trata en mi opinión de cuestiones de tradición, de cultura e incluso de preferencias, pero en absoluto de verdad o de refutación. Dicho esto, hay entonces sitio bajo el sol para toda clase de maneras de hacer y no podría ser razonablemente una cuestión de la victoria de un campo contra el otro. Un buen filósofo de todas formas ha de beber en más de una fuente, pero esto de ningún modo significa que todo es igual o de la misma importancia, que no hay lugar para el debate o la confrontación, y que ya irremediablemente estamos condenados al relativismo.

Pero su cuestión contiene también otra dimensión, extremadamente importante, que se refiere a la perspectiva histórica. Es verdad que la mayoría aplastante de los representantes conocidos de la filosofía analítica tienen relaciones tibias con respecto a la historia de la disciplina; hasta pasó en cierta época que se ha considerado motivo de orgullo la ignorancia de la filosofía antigua, como si todo lo que pertenece a una época pasada debiera ipso facto ser reemplazado, e incluso que su existencia debería ser abolida. Personalmente no compartí jamás esta opinión. Creyendo que la filosofía anda generalmente con velocidad lenta, busqué a lo largo de mi vida académica no descuidar la historia aplastante que nos precede. Publiqué algunos artículos que procuraban explotar y respetar fuentes antiguas (yendo hasta un "semiótico" eslavo del siglo XI) y creo haber contribuido a un cierto enriquecimiento histórico en materia de filosofía del lenguaje en mi medio. Puedo ciertamente citar dos elementos. El primero es el número triple "Historia de la semiótica" de la revista RS-SI 2000, dedicado a la historia de la teoría del signo de Agustín a Husserl. El segundo es la enseñanza que conservé durante más de veinte años en el programa de Doctorado en Semiología de la UQAM, uno de dos únicos programas de este género en el mundo (el otro está situado en Bolonia). Participé en este doctorado desde su fundación, en 1979, para brindar allí enseñanzas generales (aunque también fui su director de 1999 al 2003), pero sobre todo, se me asignó de cierta manera el seminario: "Historia de la Semiología". Aunque para la mayoría de la gente esta historia comienza con Ferdinand de Saussure, quise presentar también pensamientos tan antiguos, como el de los Estoicos, de Port Royal, de Leibniz o de Humboldt. Más tarde estuve gratamente sorprendido cuando algunos elementos de estos pensamientos, que verdaderamente no creía que pudieran ser explotados en esos contextos, se encuentran ahora en tesis que tratan sobre los videojuegos o la literatura americana reciente.

En una reseña crítica de su libro "La pragmatique" Daniel Laurier dice que de la riqueza semiótica de Peirce usted sólo considera los elementos más comunes y más generales que contribuyen a aclarar la concepción semiótica de Charles Morris, ¿Es esto así? ¿Cómo es que llega Usted a interesarse en Peirce y su obra? ¿Qué relación podemos establecer entre el Positivismo (Carnap, Reichenbach, Morris), el Empirismo Radical (James) y el Pragmaticismo de Peirce?

Morris recurre a Peirce en cuanto a su vocabulario teórico fundamental, pero queda claro que lo que conserva y el uso que hace de éste, dista mucho de lograr la riqueza, el matiz y la profundidad del autor en quien pretende inspirarse. Hasta podríamos pensar que de una cierta manera y en su propio país, los principales obstáculos a los cuales Peirce debió hacer frente fueron debidos a las personas que querían propagar su pensamiento. Verdaderamente hay que comprender lo que pasaba entonces. Peirce había desarrollado, casi sólo, en una escritura infinitamente ramificada, refinada y continua, ideas sutiles y a menudo difícilmente aprovechables dentro de los marcos intelectuales que entonces ganaban fuerza. Charles Morris, que estaba al corriente de la inmensa mayoría de los desarrollos teóricos en su dominio, sincero y abierto como era, recibió los vientos de Peirce y procuró traducir lo que comprendió en los términos conceptuales que eran suyos. Esto forzosamente provocó un cierto número de deformaciones y de simplificaciones, pero resulta que mucha gente tuvo acceso a Peirce por este tipo de mediación. Muy afortunadamente disponemos de un número creciente de fuentes y de estudios fiables que hacen estas distorsiones menos probables. Además, Peirce tiene ahora una estatura tan imponente, que a menos que seas ingenuo o estúpido (lo que no es ni raro ni incompatible), hay que tomarse mucha precaución antes de pretender atacarle.

Cuál es el objetivo de su proyecto de investigación sobre el Vol. 7 de los Writings of Charles Sanders Peirce: A Chronological Edition, en el marco del Peirce Edition Project? ¿Qué relevancia en la comprensión del pensamiento de Peirce tiene los materiales sobre los que se concentra este volumen?

La dirección de la Peirce Edition Proyect (PEP) de Indianápolis me confió la responsabilidad del volumen 7 de los Writings de Peirce. Este volumen forma parte de la extensa serie de treinta volúmenes que constituyen la selección de los textos más importantes del filósofo, en un orden cronológico. El volumen 7 es a este respecto particular, mientras que otros volúmenes reagrupan entre 50 y 80 textos escritos sobre algunos meses o años, W7 concierne a todos los textos escritos por Peirce para el Century Dictionary & Cyclopedia durante casi treinta años. En el proyecto Peirce de l' UQAM (www.pep.uqam.ca), nuestra base de datos contiene la transcripción de más de 15000 textos correspondientes a unas 10000 palabras, nociones, conceptos, en filosofía, lógica, matemáticas, historia, astronomía, mecánica, pesos y medidas, universidad, lenguas, etc. Me di cuenta rápidamente que el PEP simplemente no tenía los medios que permitían el tratamiento y la edición de esta masa enorme de documentos sin retrasar considerablemente la producción de otros volúmenes, pero el hecho de que disponía en la UQAM de un gran número de voluntarios entusiastas, además de las subvenciones generosas del Conseil de Recherche en Sciences Humaines du Canada que obtuve, permitieron finalmente que me lanzara en esta aventura increíble. Debimos desarrollar herramientas informáticas nuevas (que ahora están implantadas en Indianápolis para todos los volúmenes que vienen), hacer estancias múltiples en Harvard (dónde se encuentran los manuscritos de Peirce), transcribir, codificar, comentar, fechar todos estos documentos. También hay que mencionar una tarea particularmente ardua, que consiste en decidir, según las versiones de que disponemos, las que constituyen el "copy-text", es decir el que es más cerca de lo que llamamos "la mano de Peirce", la expresión de su voluntad final. Además, estamos sometidos a las normas de Modern Language Association of America y esto crea obligaciones despiadadas en cuanto a lo que concierne al rigor editorial.

Entre los textos que tenemos, hay diferentes tipos de cosas: desde luego, artículos de fondo sobre conceptos importantes conocidos (el color, los sistemas de proyección, el tiempo, etc.) Pero también observaciones incidentales sobre temas que van desde la cocina al estudio de los caballos o la preparación de los cócteles, además están las fichas, borradores elaborados, versiones impresas, observaciones y comentarios sobre puntos de detalle, críticas en lo que se refiere a la etimología, etc. Todo eso da una idea nueva de la erudición de Peirce, que es notablemente sorprendente, y nos brinda un acceso privilegiado a partes importantes de su propio vocabulario filosófico, ya que consiguió la proeza de introducir en la lengua inglesa del fin del Siglo XIX y del principio del Siglo XX (El Century Dictionary debiendo reflejar el vocabulario inglés real), palabras tan peculiares como "Thirdness", "Abduction" o las palabras múltiples terminadas en "-lation " que desempeñan un papel importante en su lógica. Estas contribuciones permiten percibir no sólo su sensibilidad lingüística excepcional y la increíble riqueza de su documentación, sino también el carácter incisivo de sus críticas, hasta en campos aparentemente marginales. El retrato de Peirce que sobresale de ciertos textos es muy diferente, en muchos aspectos, del que habitualmente se conoce.

Mientras que la Semiologie francesa proviene de Ferdinand de Saussure, la Semiotic desarrollada por Peirce tiene su origen en los "Ensayos sobre el entendimiento humano" de Locke. En su trabajo "Locke et le retournement sémantique" de 1998 le vemos explorar esta tradición, y en "Signe, proposition, situation: éléments pour une lecture du Tractatus lógico-philosophicus" inicia su artículo con una cita de la primera conferencia de Harvard ofrecida por Peirce en 1903, ¿Podría usted hablarnos un poco sobre los encuentros entre Peirce y Wittgenstein, entre semiótica, semiología y filosofía del lenguaje?

Conocí a estos dos pensadores gigantescos de forma independiente y en un principio, los estudié separadamente sobre todo debido a la brecha histórica. Luego me di cuenta de que podría haber, para usar una frase nietzscheo-wittgensteineana, un cierto "aire de familia" entre sus pensamientos; primero entre el joven Peirce y el primer Wittgenstein, pero después la familiaridad puede extenderse a otros aspectos de sus obras. Tras una improvisada conversación de cafetería (del género "Está muy bien que alguna vez miremos las cosas más de cerca"), formé en 1996 el Grupo de Investigación Peirce-Wittgenstein, que duró catorce años y realizó más de 300 seminarios, recibiendo muchos invitados, organizando dos coloquios y dando lugar a muchas publicaciones que pueden citarse (lo que ha constituido una nueva perspectiva en el dominio de los estudios wittgensteineanos, recuperada en todas partes, incluso en Brasil). Es en el marco de este grupo que nació la colaboración entre Indianápolis y Montreal para la edición de Peirce.

Wittgenstein y Peirce son filósofos decididamente distintos. Muerto en 1914, Peirce evidentemente no leyó nada de Wittgenstein y, cuando se mira las cosas de cerca, del lado de Wittgenstein, encontramos sólo un fragmento de conversación producido por una fuente indirecta y sólo una mención de Peirce en el informe que Frank Ramsey hizo del Tractatus (sabemos así que Wittgenstein lo leyó). Pero, como Peirce lo dice en la citación que abre el trabajo del que usted habla, el hecho de que dos espíritus independientes alcanzan el mismo resultado tiende a dar apoyo en favor de la verdad de este resultado. La tríada signo-proposición-hecho que se encuentra en el corazón del Tractatus, tan descuidada, e incluso ignorada como fue, es un ejemplo flagrante de este principio. Por otro lado me parece indudable que Peirce y Wittgenstein tienen respectivamente tantas divergencias como convergencias que no se les puede acercar sin muchas precauciones. Por una parte, se trata de razones históricas (tan singulares e innovadoras que fueron en sus medios respectivos, Peirce y Wittgenstein no estaban en circunstancias comparables), por otra, se trata de intereses diferentes, en particular en lo que se refiere a la ciencia (Peirce era activo y confiado; Wittgenstein pasivo y crítico).

Una conferencia que Usted dictó en París en 1983 apareció publicada en Alemania en 1987 con un título que parecía situar a Wittgenstein en el debate Modernidad versus Posmodernidad. Una traducción de este trabajo apareció en la Revista Ideas y Valores en 1988. La década de los 80's fue muy productiva para Usted. Fue en 1989 precisamente cuando Usted visitó Colombia por primera vez. Era una época de grandes tensiones políticas para nuestro país y violencia de todo tipo. Recientemente culminó una serie televisiva sobre Pablo Escobar, y en uno de los episodios se recrea el tristemente célebre ataque terrorista a un avión de Avianca, esto sucedió precisamente durante su estancia en Colombia. ¿Cuál fue su experiencia en esa visita a nuestro país? ¿Cuál era el objetivo de su visita y qué impresión se llevó?

Todas estas cuestiones se entrecruzan en una red donde muchas cosas se anudan. Entre Colombia y yo existe una historia compleja, ramificada y relativamente íntima. (De todos modos, palabras como "yo" y "Colombia" no pueden designar a entidades fácilmente identificables). De hecho me invitaron en abril de 1989 para participar en un coloquio organizado en Bogotá con ocasión del centenario del nacimiento de Wittgenstein. Fui muy bien acogido y quedé cautivado de inmediato por varios elementos. Usted lo sabe mejor que yo, Bogotá es nada más y nada menos que: esta concentración formidable de energías múltiples, la diversidad de todo para que usted pueda ver y vivir, las paradojas en cada esquina de la calle. Además de la ponencia presentada en el coloquio (sobre Kripke y Wittgenstein), presenté una conferencia pública en la Universidad Nacional en español (de la que guardo un recuerdo con una mezcla de dificultad y emoción), y otras dos en la Univalle. En Cali se me había pedido hablar sobre la cuestión de la post-modernidad para el Departamento de Filosofía. (Por cierto, sobre este asunto había un artículo que apareció por primera vez en Alemania, déjeme que le explique cómo, no estando seguro de los vínculos de Wittgenstein con cualquier modernidad en filosofía, no hace falta decir que se puede recurrir a él en contribución de cualquier búsqueda posmoderna. Recuerdo haber dedicado bastante tiempo para decir a mis colegas colombianos que, a mi parecer, esta cuestión no presentaba una urgencia efectiva en un país dónde se mataba con desconcertante indiferencia, donde el progreso social debía evidentemente superar las pruebas en contra de los escalofríos posmodernos y donde algo así como la verdad todavía debería de tener importancia. También pronuncié una conferencia larga sobre la concepción de la comunidad según Wittgenstein, durante la cual tuve una dura lucha con el sonido proveniente de las clases próximas de la Facultad de Música, cuyas ventanas, a causa de la famosa calidez del Valle del Cauca, estaban abiertas. (Saludo de paso al profesor Jean Paul Margot, quien fue formidable a lo largo de esta prueba). En mi segunda visita, más tarde en el mismo año, el azar y lo que ahora aparece a mis ojos como una especie de gracia irónica, quisieron que tuviera, gracias a la invitación de otro profesor de Cali, una opción para el vuelo de Avianca 203 del 27 de noviembre que, por razones de horario, a la víspera decidí no tomar. Esto es lo que me permite ahora responder a sus cuestiones, porque no hubo ningún sobreviviente. En retrospectiva, la cosa no es trivial.

A pesar de este episodio, y algunos otros elementos, mi afecto por Colombia quedó inalterado. Es un país fascinante, que me interesa por diversas razones. Para comprenderlo mejor, me propuse leer, lo más posible, literatura colombiana porque, más allá de la simpatía inmensa que el país en general me inspiró de golpe, hay algunas cosas en las que quisiera profundizar. Escribí, por ejemplo, tres artículos sobre álvaro Mutis y su enigmático Gaviero, ¡oh figura transpuesta y al mismo tiempo emblemática de un aspecto de su país!

El hecho de haber sido designado miembro honorario de la Sociedad Colombiana de Filosofía en 1989 es para mí muy valioso.

La editorial de la Universidad Nacional de Colombia publicó su libro "La Sombra del Lenguaje" en una traducción de la profesora Magdalena Holguín en 1995. En él se recogen diversos artículos sobre autores como Wittgenstein, Kripke y Musil, y temas como la contingencia de la identidad, la oscuridad de la verdad, la necesidad de lo arbitrario, la ética y el silencio. En el prólogo Usted agradece a la traductora y al profesor Guillermo Hoyos, pero también expresa su agradecimiento a Antanas Mockus, ¿Firmó Usted la carta que muchos intelectuales del mundo, incluido Habermas, enviaron en apoyo a la pasada campaña presidencial de Mockus?

Este libro es en sí una saga. En mi primera visita, el Decano Guillermo Hoyos me había preguntado, en alemán (no había para mí nada más surrealista que hablar esta lengua a 2.700 metros de altitud en América Latina), si quería hacer un libro sobre Wittgenstein para la editorial de la Universidad Nacional. Mi respuesta fue positiva. Reuní los materiales (algunos de los cuales eran inéditos) y envié todo a la muy colaboradora y competente Magdalena Holguín; comenté y rectifiqué sus traducciones a medida que las recibía y, para mí, la cosa era clara. En noviembre de 1989, me encontré al director de la editorial de la Universidad Nacional, Santiago Mutis, quien me explicó que debido a publicaciones recientes en filosofía analítica mi libro no podría publicarse. Qué lástima, pensé, después de todos estos esfuerzos. El azar quiso más tarde que un estudiante colombiano, cuya tesis yo había evaluado poco tiempo antes, me escribiera a finales del 2000, contándome que había encontrado este libro en una librería de Medellín y me ofreció enviármelo. Este libro había sido publicado en 1995, sin que yo lo supiera y sin haber firmado ningún contrato. Al recibirlo, comprobé que faltaban allí tres de los capítulos que había querido incluir. "Muy colombiano", me dijo más tarde una mujer de Cali que me encontré en una playa de San Andrés y a quién le conté el asunto. "Macondo", no pude dejar de pensar.

Esto es simplemente una anécdota, porque el meollo de su pregunta se refiere al apreciado Antanas Mockus. Lo conocí cuando era Vicerrector de la Universidad Nacional en Bogotá. Me lo encontré con frecuencia durante mis dos estancias de 1989, más precisamente para concretar un acuerdo de colaboración con la UQAM, y hablé con él varias veces por teléfono desde Montreal. Siento por él una simpatía inmensa y una gran admiración. Es un intelectual y un hombre admirable en todo sentido. Seguí sus acciones innovadoras en la alcaldía de la capital, en particular lo referente a las mujeres, y celebré sus aciertos. Supe tarde que era candidato en las elecciones presidenciales y lamenté que no lo hubieran elegido, porque, observando desde hace tiempo la evolución de Colombia, estoy convencido que hubiera sido un dirigente brillante y determinante, sobre todo en las condiciones en las que ustedes permanecen desde hace mucho. Sea lo que sea, es impresionante de ver - y esto debería abrir la vía a los demás - como un hijo de emigrantes lituanos haya alcanzado una trayectoria tan espectacular en este país (¡Si alguna vez lees esto por casualidad, un saludo para tí Antanas!).

La Máxima Pragmática de Peirce nos propone averiguar el significado de una concepción intelectual a partir de las consecuencias prácticas que podrían resultar de la aceptación de dicha concepción. En este sentido, ¿Cuál es el significado de la actividad filosófica para el mundo de hoy? ¿Para qué la filosofía en nuestro presente? o, en otras palabras, ¿Qué efectos o repercusiones prácticas tiene nuestra concepción actual de la filosofía?

En ciertos aspectos, la "Máxima Pragmática" constituye el legado más importante de Peirce y es lamentable que no hubiera sido convocada como árbitro en más discusiones filosóficas, porque finalmente atañe al sentido común al cual la filosofía debe en definitiva medirse, o por lo menos no contrariar abiertamente. Es verdaderamente una contribución determinante, en mi opinión, para toda la filosofía, ya que marca de manera decisiva a la vez lo que podemos esperar de nuestras concepciones y el poco peso bajo el que, en última estancia, descansa lo que parece limitarlas. El ejemplo más espectacular es probablemente el postulado kantiano de una "cosa-en-si" por principio incognoscible. Peirce es verdaderamente el filósofo que más radicalmente restableció la filosofía dentro de las posibilidades que realmente tiene a su disposición. A este respecto, la serie de artículos publicados en los años 1870 están en el primer plano de importancia, porque marcan el punto a partir del cual el pensamiento de Peirce se orientó de manera irreversible, en razón del realismo crítico práctico que él había llegado a privilegiar, hacia la toma de consideración de lo que la filosofía hace en nuestras vidas. De manera más puntual, procura también una superficie de aproximación comparativa con Wittgenstein, mostrando, tanto de un lado como del otro, el provecho inmenso que se puede esperar de la atención brindada a las transacciones reales que permiten el lenguaje y, más generalmente, de los signos en el manejo de nuestras operaciones intelectuales. La lección que dan Peirce y Wittgenstein, cada uno a su manera, es que las sensaciones paralelas, las intenciones, el querer decir, etc. tienen poco peso frente a nuestras costumbres, frente a nuestros juegos de lenguaje y frente a las transacciones que hacemos en nuestra vida efectiva y no en nuestra vida ideal. Para tomar cuidadosamente la medida de este provecho, es crucial conservar intacto el alcance de lo que Peirce entiende por "efectos prácticos", porque, contrariamente a la caricatura que a menudo se hizo del pragmatismo, éstos no se limitan a lo que es inmediatamente observable sino que conciernen más bien a todo lo que puede actuar, de una manera o de otra y a bastante largo plazo, sobre el establecimiento y el progreso de nuestras ideas. Esta operación muy compleja es evidentemente colectiva, pues el pragmatismo, en conjunto y en todas sus variedades, pone en juego un actuar y un pensar comunes. Esta convergencia colectiva finalmente es todo lo que importa, porque es lo que nos permite estar juntos.