Filosofía del lenguaje en el siglo XX
Juan Francisco Manrique
Bogotá, Uniminuto, 2012. pp. 133
Por: José Andrés Forero Mora
Corporación Universitaria Minuto de Dios, Bogotá - Colombia
E-mail:andforero@gmail.com
Sin lugar a dudas la filosofía del lenguaje ocupó un lugar central en el trabajo filosófico del siglo XX. A diferencia de lo que algunos piensan, el protagonismo filosófico que tuvo el lenguaje en el siglo pasado no se circunscribe únicamente a una tradición en particular ni a un tipo exclusivo de filosofía, sino que permeó el trabajo filosófico en general. Consciente de este hecho, el profesor Juan Francisco Manrique presenta una serie de ensayos producto del seminario de filosofía del lenguaje que imparte en el programa de filosofía de la Universidad Minuto de Dios, bajo el título Filosofía del lenguaje en el siglo XX. Este libro, según las palabras del autor, "tiene el propósito de ser una herramienta introductoria y didáctica dirigida especialmente a estudiantes de filosofía, lingüística, comunicación social y áreas afines que busquen familiarizarse con los principales problemas del pensamiento filosófico sobre el lenguaje, en la pasada centuria" (p. 10). Es esencialmente un manual para acompañar -no sustituir- algunas lecturas clásicas en filosofía del lenguaje.
Una de las grandes virtudes de este libro es que no se detiene únicamente en los autores y reflexiones que tradicionalmente han sido enmarcados dentro de la filosofía analítica, sino que además considera el papel que desempeña el lenguaje en las reflexiones de algunos autores pertenecientes a lo que se conoce como tradición continental. El libro se encuentra dividido en dos grandes partes que llevan por título «tradición analítica» y «hermeneutas y disidentes»; al final se presenta un apéndice que relaciona la hipótesis del lenguaje del pensamiento de Fodor con el relativismo lingüístico de Whorf. El profesor Manrique selecciona algunos autores que considera protagonistas de las reflexiones en torno al lenguaje dentro de cada una de las tradiciones y, a su vez, de cada autor selecciona y comenta cuidadosamente un texto que considera fundacional1.
El libro inicia con una corta introducción donde se explica su propósito general y la procedencia de los textos. Allí Manrique reconoce que autores importantes como Davidson, Strawson, Heidegger, Ricoeur, entro otros, están ausentes. Sostiene que el criterio que usó para elegir a los autores y los textos de cada una de las respectivas tradiciones es el de «padres fundadores», es decir, en el libro se comentan las doctrinas de lo que él considera como los padres fundadores de las respectivas tradiciones. Sospecho que, aun aceptando este criterio de selección que expresa el propio Manrique, en el libro brillan por su ausencia algunos autores que tradicionalmente han sido considerados como «padres fundadores» de corrientes específicas dentro de las tradiciones señaladas. Así, por ejemplo, nadie dudaría en considerar a Austin como «padre fundador» del análisis del lenguaje ordinario o a Heidegger como «padre fundador» de la hermenéutica fenomenológica, ambos ausentes en el análisis de Manrique. Así mismo, se extraña en la introducción al libro una reflexión en torno a lo que el autor considera como filosofía del lenguaje, ¿qué entiende él exactamente por filosofía del lenguaje? ¿Qué justifica que autores como Todorov, Pereleman, entre otros, sean clasificados como filósofos del lenguaje? En últimas, creo que Manrique nos queda debiendo en su introducción una especificación acerca de cuáles -y de qué tipo- son los problemas que trata la filosofía del lenguaje y por qué los autores seleccionados pueden ser caracterizados como filósofos del lenguaje. Siendo un texto introductorio, una reflexión como la que aquí se exige no estaría de más.
La primera parte del libro, «Tradición analítica», consta de seis ensayos dedicados a las doctrinas de Frege, Russell, Carnap, Wittgenstein (maduro), Quine y Searle respectivamente, precedidos de una introducción que aclara los orígenes de la tradición analítica enfatizando especialmente en su relación con el problema de la fundamentación de la matemática. En esta introducción Manrique muestra que en el origen de la filosofía analítica se encuentra la respuesta que el logicismo dio a este problema. A mi modo de ver, esta discusión podría verse enriquecida si se analizan las distintas respuestas que en su momento se dieron con respecto al problema de la fundamentación de la matemática, estoy pensando específicamente en el intuicionismo y el formalismo.
A lo largo de los ensayos presentados por Manrique se puede observar un cambio de enfoque en los problemas tratados por la filosofía analítica del lenguaje. Si bien no se dice expresamente, sospecho que la intención del autor con estos ensayos es mostrar cómo poco a poco la semántica es desplazada -o en muchos casos acompañada- por la pragmática. Si esto es así, quisiera insistir en cuestionar la pertinencia de los autores elegidos por Manrique, pues Austin y Grice parecen ser los «padres fundadores» del análisis pragmático del lenguaje, incluso más que el propio Searle.
No me detendré en cada uno de los ensayos que componen esta primera parte, sino que realizaré algunos comentarios concretos con respecto a los escritos dedicados a Frege y Wittgenstein. Manrique dedica gran parte de su primer ensayo a comentar el famoso texto "Sobre sentido y referencia" (1892) y al final hace referencia a algunas de las principales nociones y distinciones que aparecen en "Sobre concepto y objeto" (1892). Uno de los grandes logros de este ensayo, a mi juicio, es que divide el texto fundacional de Frege de acuerdo con los grandes problemas que en él se tratan, siendo de gran ayuda para quien se está iniciando en las discusiones de la filosofía del lenguaje. No obstante, debo reconocer que tengo varias diferencias con respecto a la interpretación que Manrique hace de Frege. Uno de las diferencias más notables se encuentra en la caracterización del sentido. Para Manrique hay dos acepciones de la expresión «tener sentido» (p. 19 n. 2): por un lado, una proposición p tiene sentido si cumple con una serie de reglas de construcción gramatical; por otro lado, una proposición p tiene sentido ssi p es posible, es decir no encierra contradicción. Si bien es cierto que la caracterización de estas dos acepciones me parece problemática, la principal diferencia la encuentro en la afirmación que Manrique hace a continuación: "Frege claramente toma partido por la primera acepción" (énfasis mío). A mi modo de ver, no es para nada claro que para Frege el sentido de una proposición sea el cumplimiento de una serie de reglas de construcción gramatical. De hecho, como se podrá recordar, en "Sobre sentido y referencia" él no da una definición estricta de lo que significa exactamente el sentido de una proposición u oración2, si bien sí lo hace con el sentido de un nombre propio.
Creo que gran parte del problema se encuentra en el hecho de que en el libro hay una confusión entre el sentido y la referencia de los nombres propios y el sentido y la referencia de las oraciones. Prueba de esto se encuentra en la página 22 donde Manrique afirma que las oraciones «el lucero de la mañana es un cuerpo iluminado por el sol» y «el lucero de la tarde es un cuerpo iluminado por el sol» expresan el mismo pensamiento. Esta afirmación distorsiona completamente la reflexión fregeana, pues él es claro en afirmar que cuando en una oración se reemplaza un nombre -«el lucero de la mañana»- por otro con la misma referencia pero diferente sentido -«el lucero de la tarde»-, tal reemplazo no tiene influencia sobre la referencia de la oración, esto es, su valor de verdad, sino sobre su sentido; es decir, el pensamiento expresado por ella cambia. Así, es claro que aunque las dos frases citadas por Manrique tienen la misma referencia, refieren al mismo valor de verdad, no tienen el mismo sentido y, por lo mismo, no expresan el mismo pensamiento.
Cuando Manrique analiza las expresiones que tienen nombre sin referencia, p. ej., «Ulises fue dejado en ítaca profundamente dormido», afirma que «Ulises» no tiene referencia porque hace parte de una ficción, sin embargo, según él, podemos decir que su referencia es precisamente el personaje ficticio descrito por Homero (p. 23 n. 11). A todas luces es claro que esta afirmación es profundamente antifregeana. Para el matemático alemán, es perfectamente concebible que una expresión tenga sentido sin tener referencia, de hecho, eso es lo que ocurre en contextos de ficción; lo que no es posible es que una expresión tenga referencia sin tener sentido. Probablemente, esta afirmación de Manrique es una crítica a Frege o una mención de una concepción distinta del sentido y la referencia de los nombres de ficción, si es así, claramente hace falta una aclaración y sustentación ulterior.
Ahora bien, con respecto al ensayo dedicado a Wittgenstein, debo decir que las diferencias de interpretación son aún mayores. El problema general que encuentro en este ensayo es la sugerencia de que Wittgenstein tanto en el Cuaderno azul como en las Investigaciones filosóficas sostiene una tesis específica con respecto al significado de las expresiones. De hecho, el título del ensayo es "el significado es el uso". Naturalmente esta interpretación no es exclusiva de Manrique, muchos lectores, apoyados principalmente en IF §43, han sostenido que para Wittgenstein el significado de una expresión es el uso. A mi modo de ver, esta interpretación tiene varios problemas que no son menores. El principal de ellos es que da la imagen de un filósofo inconsecuente con sus propias posiciones acerca de la filosofía; basta recordar que para él la filosofía no debe explicar ni fundamentar, ni mucho menos construir tesis. Sospecho que este tipo de interpretaciones son fruto de una lectura «a pedacitos» de la obra del filósofo vienés. Si bien es cierto que se trata de una obra extensa y complicada, creo que es necesario tener un panorama general antes de emitir diagnósticos de este tipo. De hecho, una lectura atenta del citado parágrafo permite ver que Wittgenstein está lejos de formular una ecuación del tipo que Manrique le imputa. Teniendo en cuenta las múltiples y exhaustivas revisiones por las que pasaron estos parágrafos, no es un elemento menor que se diga "para una gran clase de casos, aunque no para todos" y, más aún, que las palabras gran y todos estén en cursiva. Parece claro que la intención de Wittgenstein no es responder a la pregunta ¿qué es el significado?, sino hacer terapia sobre ella.
También encuentro diferencias considerables con respecto a las observaciones wittgensteinianas sobre la ostensión. Creo que Manrique omite la distinción entre «definición ostensiva» y «aprendizaje ostensivo», lo que hace que el lector perciba que Wittgenstein en general rechaza la ostensión. Una lectura cuidadosa de los primeros parágrafos de las Investigaciones deja ver que lo que Wittgenstein está intentando mostrar es que el significado no se brinda por ostensión: no podemos dar el significado de una expresión -p. ej., de un nombre- de manera ostensiva, pues habría una confusión entre el significado y el portador de un nombre. De la misma manera, si bien es cierto que Wittgenstein enfatiza en el hecho de que el aprendizaje ostensivo implica un manejo previo suficiente del lenguaje, de allí no se sigue que él esté en contra del aprendizaje ostensivo, de hecho hay que reconocer que gran parte de las palabras -sobre todo los sustantivos- las aprendemos señalando el objeto que nombran o al que se refieren, por supuesto, ésta no es la manera como se funda su significado ni la única manera en que aprendemos el lenguaje.
En la segunda parte de su libro titulada «Hermeneutas y disidentes» Manrique presenta cinco ensayos dedicados a Gadamer, Foucault, Derrida, Todorov y Perelman respectivamente. Me gustaría hacer comentarios concretos sobre los artículos de esta parte, pero carezco de la competencia necesaria para decir algo medianamente articulado acerca de la interpretación que hace Manrique de estos filósofos, así que me limitaré a decir algunos comentarios generales. En primer lugar, creo que algunos ensayos presentados en esta parte no parecen centrarse exclusivamente en la opinión que estos autores tienen sobre el lenguaje, tal es el caso de los textos dedicados a Todorov y Perelman que se dedican más a las consideraciones hermenéuticas del descubrimiento de América y a la recuperación de la retórica respectivamente, sin dilucidar claramente cuál es el papel del lenguaje en el pensamiento de estos autores, ni por qué deben ser considerados como filósofos del lenguaje. En segundo lugar, hay algunos temas que extrañamente se encuentran ausentes, incluso para alguien que no conoce a fondo esta tradición, así, por ejemplo, en el ensayo dedicado a Gadamer no hay ni siquiera mención de la famosa y polémica frase "el ser que puede ser comprendido es lenguaje". En tercer lugar, y esto es algo que también se presenta en la sección anterior pero que se acentúa más en ésta, hay una desarticulación entre los diferentes ensayos. Esto último, por supuesto, es parte de la naturaleza misma del libro, pues como el autor lo reconoce en la introducción, es una colección de ensayos. Sin embargo, creo que los textos presentados brindan herramientas suficientes para comparar y relacionar tanto el pensamiento con respecto al lenguaje de los diversos autores de una misma tradición, cuanto las tradiciones mismas. Esta es una tarea que el autor no emprende y deja para el lector.
Al final del libro se presenta un interesante apéndice titulado "Lenguaje del pensamiento y Relativismo lingüístico". Allí, luego de exponer cuidadosamente las posiciones Jerry Fodor y Benjamin Whorf con respecto al lenguaje, Manrique argumenta que el relativismo lingüístico de Whorf no representa amenaza alguna para la hipótesis fodoriana del lenguaje del pensamiento, pues si se acepta que la experiencia dispara (trigger) los conceptos innatos, entonces las distintas divisiones de la naturaleza que se hallan plasmadas en los lenguajes naturales -p., ej. SAE (Standard Average European) o Hopi- se pueden explicar por la diversidad de conceptos que disparan, mientras que el lenguaje del pensamiento permitiría entender por qué en algunos lenguajes no se pueden decir ciertas cosas que en otros sí (cf. 124-126). En últimas, lo que sostiene Manrique es que debido a que Whorf logró explicarnos cosas propias de la lengua Hopi, su tesis no contradice la hipótesis de que existe un lenguaje del pensamiento; de hecho, al final el autor utiliza esto como premisa para dudar del relativismo de Whorf. Discutir con más detenimiento este interesante apéndice ameritaría un texto más largo que el presente.
Para finalizar, quisiera decir que Uniminuto ha realizado una muy buena edición. El formato en que se presenta el libro (letra, espaciado, etc.), la unificación de presentación de referencias, la buena corrección de estilo y la claridad de la redacción, sin duda facilitan la lectura de esta obra que, de seguro, será de mucha ayuda para aquel que se introduzca en las discusiones de la filosofía del lenguaje.
Citas de pie de página
1. Hay dos excepciones a esta regla, en el primer ensayo, dedicado a Frege, se comentan «Sobre sentido y referencia» y «Sobre concepto y objeto», y en el cuarto ensayo, dedicado a Wittgenstein, se analizan algunas páginas del Cuaderno azul y las primeras secciones de las Investigaciones filosóficas.
2. Para la presente discusión no es tan importante la diferencia entre proposiciones y oraciones.